[De Cómo Solía Amar]
En el diálogo de la escena final la protagonista le pregunta a él:
- Te enamoraste de mí nada más verme?
- No, nada más verte no.
- Ves? Tu amor surgió, tu amor creció, tu amor es de verdad. El mío ya
estaba ahí, condensado, sólo esperando salir, porque, apenas te vi, me enamoré.
Yo solía enamorarme de esa manera.
Solía enamorarme de ese amor revolucionario que llega impetuoso sin
anunciarse y te levanta en andas y te eleva en segundos a la enésima potencia.
Solía enamorarme de ese amor urgente, de ese amor placer que te mantiene
en vilo las veinticuatro horas del día, ese amor piel de gallina de
pensamientos constantes de caricias y sexo.
Solía enamorarme de ese amor que trepa y se te enrosca irreverentemente
cubriéndote de suspiros , de ese amor que promete en presente pero se esfuma en
futuro.
Solía enamorarme de esos amores de miradas superficialmente profundas,
palabras peligrosamente inteligentes y mentes inquietas.
Me enamoraba absolutamente la liviandad de los comienzos y la adrenalina
de los encuentros , me enamoraba perdidamente de esa sensación creciente y
esperanzadora con epicentro en medio del corazón que se propaga en infinitas
direcciones de páginas en blanco listas para escribirse con la tinta más rosa
de todas.
Me enamoraba ciegamente de las imaginarias virtudes de todo aquel que me
regalara un poquito (así chiquito) de su atención y cumpliera cada ítem de mi
manual de instrucciones.
Me enamoraba mi risa franca y mi cabello perfumado, mi sensualidad
expectante y la elocuencia de mis sentidos.
Me enamoraba profundamente saberme deseada sin entender que ser deseada
no es lo mismo que ser amada, pero a mi me enamoraba mi confusión.
Yo solía enamorarme de mi misma estando enamorada, solía enamorarme de
ese dramático amor que viene de afuera a enfrentarnos con esa imagen
maravillosa de nosotros mismos y que sólo podemos ver cuando, paradójicamente,
el amor viene de afuera.
Por eso yo amaba con un amor desbordante mal direccionado , un amor que
se empeñaba en parasitar relaciones hasta asfixiarlas desde la ausencia más
absoluta.
Yo amaba con un amor necesitado, un amor carente que pedía a gritos ser
la bendita elegida en un mundo lleno de tentadoras ofertas.
Yo amaba con un amor desconfiado, un amor finito que se agotaba
velozmente en los primeros encuentros, un amor exigente que no estaba dispuesto
a dar y sólo pretendía recibir y que se deshacía poco a poco en su
estúpida testarudez, apegado a todo aquello que debería ser (y no era).
Yo amaba con un amor miedoso incapaz de ser sorprendido, con un apretado
amor camaleónicamente vestido para la ocasión.
Yo amaba con un pie adentro y otro afuera, amaba intelectualmente con la
brillantez de mi cabeza pero no emocionalmente con las virtudes de mi corazón.
Yo solía amar así, con un amor que estaba ahí, muy dentro mío,
condensado, desesperado por salir para aferrarse a quien fuera el desprevenido
que pasara por ahí.
Por eso mi amor duraba tan poco.
Porque mi amor duraba lo que tardaba en vaciarse mi vacío.
"El se enamoró de sus flores, no de sus raíces y en otoño no supo qué hacer" El Principito |
simplemente yo misma. Lindo
ResponderEliminarSimplemente nosotras mismas queriendo amar afuera lo que no podíamos amar adentro. Yo estoy desaprendiendo ese camino. Deseo que vos también lo estés haciendo. Besoooo
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